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Paracas, remembranzas 50 años después

Publicado: 2025-09-16

Con ocasión de conmemorarse cinco décadas de la creación de la excepcional y majestuosa Reserva Nacional de Paracas (Pisco, Ica), el 25 de setiembre de 1975, quiero compartir mis reminiscencia y reflexiones sobre este invaluable escenario histórico, cultural y ambiental que está enlazado con mi incursión en la conservación del patrimonio natural del país.

Sus desiertos albergan imborrables episodios de nuestra historia. Acogieron a la grandiosa Cultura Paracas -desarrollada entre los ríos Ica y Pisco (700 a.C. - 200 d.C.) y prodigiosamente estudiada por Julio César Tello y Federico André Engel- famosa por sus finísimas textilerías, sus avances médicos en trepanaciones craneanas y su complejo sistema de momificación de fardos funerarios envueltos en telas de algodón. Fue punto de desembarco de la misión libertadora, encabezada por José de San Martín Matorras, el 8 de setiembre de 1820 y del ejército chileno en su incursión hacia la capital peruana, durante la Guerra del Pacífico (1879-1883), el 20 de noviembre de 1880.

Paracas, un espacio inspirador y expresivo de nuestra magna biodiversidad. Posee una muestra significativa de mamíferos y reptiles, exhibe imponentes playas y acantilados, contiene poblaciones de lobos de mar y pingüinos de Humboldt, incluye innumerables aves locales y migratorias y es impar su esplendor paisajístico. Sus afamadas Islas Ballestas, su colosal bahía y el célebre geoglifo El Candelabro, son uno de los sitios más representativos. Está incluida, desde 1992, en la lista de humedales de importancia cosmopolita de la Convención de Ramsar (1971).

Los primeros impulsos para asegurar su cuidado se remontan a 1954, cuando el conservacionista Felipe Benavides Barreda es invitado por Bert Balshaw -quien años después sería alcalde de Pisco- con la intención de preparar un proyecto a fin de declarar como santuario la península y la bahía hasta la zona de Mendieta. Se solicitó ayuda al régimen del presidente Manuel A. Odría (1948-1956), pero esta idea interfería con los perfiles técnicos para construir un terminal marítimo en Punta Pejerrey.

Desde la década de 1960 se gestaron las primeras acciones destinadas a la custodia de su herencia ancestral y ecológica. En el Congreso de la República, el diputado por Pisco Miguel López Cano presentó incontables normas de relevancia. A su vez, Benavides planificó erigir un área protegida respaldado en las acuciosas indagaciones del científico británico Ian Grimwood (1967), quien en su informe afirmó: “…Otro aspecto que podría proteger un parque nacional en esta área son la gran variedad de aves oceánicas que invernan en la bahía de Paracas, los flamencos y otras aves zancudas que frecuentan su extremo poco profundo, su famoso lugar arqueológico, con museo, y la enorme escultura labrada en la ladera del cerro que domina la bahía, conocida como ‘El Candelabro’”.

Años más tarde, en su artículo “La reserva de Paracas y la ONU” (El Comercio, noviembre 2 de 1984), Felipe confirmó: “…En 1967, siendo a la sazón presidente del Patronato de Parques Nacionales y Zonales, el que escribe presentó, debidamente sustentada, una propuesta para declarar a la península de Paracas, Santuario Nacional. El presidente de la República, Arq. Fernando Belaunde Terry, la recibió con el mismo entusiasmo con el que acogió las propuestas para crear la Reserva Nacional Pampa Galeras y el Parque Nacional del Manu”.

Nunca imaginé que este espacio costero y, especialmente, su creciente depredación, tendría una influencia determinante en mi vida. A través de las reiteradas publicaciones de la revista Caretas -de la que mi padre, Danilo Pérez Lizarzaburu era gerente general- me enteré del delicado perjuicio a su integridad debido al irracional latrocinio de la concha de abanico. Fue así como logré contactarme con el periodista Xavier Ugarriza Reyes, autor de las notas aparecidas en este medio. Me recibió con buena disposición y la plática concluyó con su aseveración: “Si deseas hacer algo debes hablar con Benavides, él lidera la campaña de Paracas. Caretas solo hace eco de sus denuncias”. Seguidamente me brindó su número telefónico. Semanas después lo conocí en su oficina ubicada en el Edificio Internacional, en la cuadra siete de la tradicional avenida Nicolás de Piérola, en el Centro Histórico de Lima.

El domingo 13 de enero de 1985 apareció en el suplemento del diario Hoy mi escrito “Saqueo en Paracas”, gracias a la generosa disposición del agudo y recordado periodista Hernán Zegarra Obando. Era mi primera colaboración para un periódico de circulación masivo y recuerdo aún los aprietos para su elaboración, como también atesoro en mi memoria la inmensa emoción que sentí al verla salir a la luz.

En aquel texto describí los luctuosos entretelones que vulneraban la intangibilidad de este entorno tan sensible de nuestra franja costera. Al respecto, cito lo expuesto: “…Es crítica la situación de la Reserva Nacional de Paracas. Desde hace tiempo atrás, el Estado, a través de la Capitanía del Puerto de Pisco, viene entregando ilegalmente lotizaciones a más de 80 empresas para la explotación y crianza de las conchas de abanico. Los criaderos están avanzando sobre la bahía, a pesar de que todo esto fue advertido hace más de dos años por los biólogos del Ministerio de Agricultura”.

El “Fenómeno del Niño” (1983) produjo una sobreabundancia de este recurso hidrobiológico y, consecuentemente, el gobierno benefició a gremios empresariales con su usufructo ilimitado. Con el amparo oficial y el silencio cómplice de discutidas organizaciones no gubernamentales y de variados sectores políticos empezó una de los desmanes más censurables. Acciones reveladoras de la codicia y la indisimulable determinación de orientar su utilización para apoyar a una minoría económica a partir de hacer peligrar su existencia.

A los severos desórdenes de esta actividad se sumó la construcción de dos muelles -financiados por el Banco Interamericano de Desarrollo (1985)- en Lagunilla y Laguna Grande, para favorecer a los extractores de concha de abanico. Este acaecimiento sólo tiene parangón con la “fiebre del oro” en California, Estados Unidos (1849). Entre 1983 y 1987, según el disuelto Instituto de Comercio Exterior (ICE), se generaron 74 millones de dólares por su venta. Se establecieron asentamientos humanos y apostaron 5,000 pescadores, 700 embarcaciones y 800 buzos, ocasionando incalculables trastornos. Eso no es todo: el pretendido aprovechamiento de bentonita, la emisión de desechos industriales, el turismo descontrolado y la intención de alentar la pesca industrial, son ignominias que perjudican este lugar de inigualable connotación. Persisten, hasta nuestros días, las amenazas debido a sórdidas iniciativas privadas y estatales.

Deseo evocar la perseverante contribución, durante estos oprobiosos sucesos, de Carlos Obando Llajaruna, jefe de la Reserva Nacional de Paracas (1982-1995), docente, investigador y, en tiempos recientes, decano del Colegio de Biólogos del Perú (Ica) y del senador Miguel López Cano (1980-1985), reconocido intelectual, ciudadano probo y exalcalde de Pisco. Sus innumerables iniciativas legislativas, crónicas y acciones estuvieron encaminados a su resguardo. Ambos peruanos, en su fecundo e incansable avatar, enfrentaron indiferencias, mezquindades y adversidades. No obstante, se mantuvieron estoicos en sus indeclinables convicciones.

Con particular énfasis ha ejercido un protagonismo determinante Felipe Benavides Barreda, respetado diplomático y fogoso conservacionista. Destinó los 50 mil dólares del premio “J. Paul Getty” (1974) -cuyo jurado internacional presidió el príncipe Bernardo de Holanda- para adquirir una propiedad en la que instaló el Instituto Paracas, en la bahía del mismo nombre. Una manifestación de su firme compromiso en salvaguarda este inapreciable exponente. Fueron implacables sus denuncias mundiales, diligencias y tratativas y, por lo demás, un referente inspirador para el movimiento “verde”. A su muerte, allí se esparcieron sus cenizas (1991).

Paracas es un símbolo de peruanidad, identidad y pertenencia, inconmensurable refugio silvestre y palpitante esplendor de la naturaleza. Comparto lo expresado por el ambientalista sueco Sven Wahlberg (1987): “…La palabra única a menudo tan usada, pero, tanto desde un punto de vista nacional e internacional, Paracas es verdaderamente única. No hay otro lugar similar en la tierra. También es de gran importancia como lugar de descanso e invernadero para la gran parte de aves costeras del hemisferio occidental. El Perú y la comunidad mundial tienen una responsabilidad y obligación de salvar Paracas para el futuro, para nuestros descendientes y nuestros semejantes”.

(*) Docente, conservacionista, consultor, miembro del Instituto Vida y ex presidente del Patronato del Parque de Las Leyendas - Felipe Benavides Barreda. http://wperezruiz.blogspot.com/