Perulandia: “Paraíso de la envidia”
La expresión entre comillas corresponde a lo manifestado, en alguna ocasión, por Felipe Barreda y Laos (1886-1973): diplomático, historiador y político, miembro del Partido Civil, diputado por Lima, embajador en Argentina y Uruguay, entre otras funciones ejercidas en su dilatada trayectoria.
La reciente partida de Mario Vargas Llosa (1936-2025) -este “minucioso muralista de la diversidad”, según lo califica Alonso Cueto Caballero en su libro “Mario Vargas Llosa – Palabras en el mundo” (2025)- es propicia para analizar y reflexionar acerca de la “envidia” afianzada en nuestra sociedad. Basta leer los agraviantes, volubles y sórdidos comentarios en las redes sociales para conocer las execrables opiniones de individuos que, probablemente, nunca han leído a este genial escritor y, además, carecen de la mínima sapiencia para apreciar la dimensión de su legado literario.
El autor de “Conversación en La Catedral” (1969) es uno de los peruanos más ilustres e importantes del siglo XX. Inspirador, perseverante, apasionado, coherente y universal. Su admirable obra intelectual prevalecerá en el tiempo y en la historia. Infundió a generaciones enteras con su inagotable talento, grandeza y creatividad; fue capaz de llevarnos a través de sus libros -intensos, vivos y palpitantes- a escenarios, personajes y tramas que engrandecerán nuestras vidas; luchó con una firmeza impar por la libertad y la democracia; exhibió terca lealtad a sus principios y convicciones políticas; con honor, obsesión e ímpetu representó cabalmente al Perú.
En tal sentido, recojo lo expuesto por Maritza Espinoza, en su artículo “El peor enemigo de un peruano…” (La República, abril 17 de 2025), al citar al antropólogo Jorge Yanamoto: “…Cuando un peruano tiene éxito, el otro peruano se siente miserable y alivia su infelicidad devaluando el mérito del otro con una sofisticada narrativa que entremezcla la verdad con la difamación: el raje”. La periodista añade: “Es decir, la explicación académica del viejo adagio aquel que reza: ‘El peor enemigo de un peruano es otro peruano’. Nada más cierto. Y nadie como Vargas Llosa para suscitar esas envidias. E ignorarlas”.
Por cierto, coincide con lo aseverado por el director del diario Expreso, Manuel D’Ornellas Suárez (1937-1999), en su columna “De pica, de rabia y pena” -dedicada al recordado conservacionista Felipe Benavides Barreda (1917-1991) con motivo de su fallecimiento- aparecida el 22 de febrero de 1991: “…En especial acá, donde la mazamorra se espesa con la envidia”.
Guardo en mis archivos el interesante escrito “El peor enemigo de un peruano es…” (El Montonero, julio 10 de 2015), de Víctor Andrés Ponce, en el que dice: “…En nuestro país el éxito ajeno desata tormentas de envidia antes que impulsos de emulación. Es decir, una reacción autodestructiva antes que constructiva. Quizá esta tendencia social tenga que ver, otra vez, con las peores tradiciones y herencias de la sociedad colonial”. Nada más exacto y vigente.
Vienen a mi mente varias preguntas, con un ánimo reflexivo, concerniente a la “envidia”: ¿Por qué es tan frecuente? ¿Tiene relación con nuestro escaso espíritu de identificación general? ¿Es una costumbre ancestral a la que debemos resignarnos? ¿Dónde está la raíz de tan lacerante dolencia nacional? ¿Hasta qué punto influyen las desigualdades y ausencias de oportunidades?
Es un sentimiento de descalificación constante en los seres humanos; un complejo de inferioridad suscitado al compararse con quienes han cosechado conquistas o realizaciones no obtenidas por el que alberga esa emoción. Asiduamente se produce con el prójimo ubicado a igual nivel en términos de competitividad. Es un sutil “reconocimiento” inicial que se transforma en frustración y resentimiento. Una suerte de espejo de sueños y objetivos, una señal de deseos presentes y futuros.
Su influencia es perniciosa al crear una contienda tendiente a dañar la vinculación interpersonal; alimenta una fusión de enmarañadas reacciones nocivas difíciles de superar; gesta un estado anímico perjudicial tendiente a afectar la autoestima y calidad de vida del envidioso. Es el comienzo de un círculo vicioso que lastima a su poseedor y se incrementa en concordancia con las victorias del envidiado.
En múltiples circunstancias está circunscrita con la obtención de bienes o asuntos superfluos. Es usual en un mundo que define el triunfo por el estatus, las apariencias y las riquezas materiales. Aunque en incontables situaciones se “envidia” la felicidad, el amor, la paz interior, el carisma, etc. Nuestro Premio Nobel de Literatura (2010) es víctima irrefutable de este mal. Este hiriente sentimiento de rivalidad, miseria y rencor está arraigado, como maligna tradición, en nuestro ADN.
El envidioso pretende despreciar, cuestionar y restar valor a los méritos ajenos. Puede transmitirse de padres a hijos al efectuar perniciosas comparaciones y procurar generar espacios de rivalidad entre hijos, familiares y entorno próximo. A mi parecer, es inexistente la “envidia” sana: con esta calificación se intenta apaciguar su innegable orientación negativa. Sugiero transformar la “envidia” en un faro estimulante y referencial. Por lo tanto, revertirla en una sensación positiva: la admiración.
Sebastián Salazar Bondy en su eximio ensayo “Lima la horrible” (1964) analiza las contradicciones, disparidades y el estancamiento cultural de nuestra capital y, al mismo tiempo, se refiere a ésta como un rasgo posesionado en los limeños, originada en la época colonial. La sitúa como “en un mecanismo de control social, que impide a la gente subvertir el sistema y que los individuos busquen la libertad a través del inconformismo”. Asimismo, pone a la "huachafería”, esa pegajosa imitación postiza de los ricos, como un modo de “envidia” reflejada en el intento de ascender socialmente.
Convendría proponernos superarla ya que, entre otros factores, es responsable de la irreconciliable desintegración, desencuentro y desavenencia en nuestro país; devela la indiferencia, el egoísmo y la hostilidad asentada. De manera determinante redunda en nuestra exigua pertenencia, semejanza e integración. Alentemos impactos provechosos y encaminémonos hacia el “bien común”, con el ansiado anhelo de alcanzar una inestimable convivencia colectiva.
(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/